Hace unos días, un periodista conectó una unidad USB desconocida que le enviaron por correo y le explotó en la cara. A lo largo de los años, las hemos visto utilizarse para infiltrarse en una instalación nuclear iraní, infectar sistemas de control críticos en centrales eléctricas estadounidenses, transformarse en plataformas de ataque programables e indetectables y destruir ordenadores con una sobrecarga eléctrica de 220 voltios.